El otro día me sorprendí soñando con un lugar diferente.

Soñé una pequeña aldea perdida en un valle verde custodiado por vacas. Soñé un pequeño molino centenario, una diminuta casa de piedra junto a un río, protegida por los árboles, como tratando de pasar inadvertida. Me descubrí caminando por el sendero, abriendo la cortina y empujando la puerta de madera.

Entonces el sueño se volvió más extraño pues una lavandera, sensual y altiva, me tomó de la mano invitándome a entrar.  En una especie de dialecto gallego, me susurró al oído su historia escrita a trazos, siempre inconclusa, siempre pendiente de alguien que la despierte de su letargo. Una simple lavandera que vive entre las páginas de un cuaderno de tapas rojas, de aire erótico, cómodamente reposado sobre un atril metálico. Y allí, agazapada entre el papel, espera paciente a que cualquier visitante escriba el próximo capítulo de su excitante vida.

De repente, la muchacha se esfumó y creí quedar sola dentro del molino. Mas estaba equivocada, pues vi entonces a Poesía balanceándose con delicadeza de un columpio que colgaba del techo en medio de la estancia. Me miró burlona e incluso, descarada, se animó a invitarme a una copa en la barra a cambio de recitarle unos versos improvisados.

Soñé que Poesía coqueteaba conmigo, me seducía con su verborrea idílica, tratando de emborracharme con sonetos, mirándome fijamente a los ojos. Me contó historias increíbles sobre ese molino surrealista; me habló de titiriteros que tienen como escenario la propia rueda de moler, de las noches mágicas que nunca terminan, de esculturas cinceladas en domingo sobre la madera de castaños milenarios, de que tienen su propia virgen a la que sacan en procesión cada viernes santo, de las tardes frente al fuego… Y a cada palabra suya, más irreal me parecía el sueño.

Me vi en mi sueño observando las piedras del molino  centenario y por ellas recuerdo que se deslizaban la imaginación, el erotismo, el humor… Y entre las llamas que bailaban juguetonas en una de las chimenas, asomaba la magia. De repente, una pequeña rana saltó desde la pared al suelo y desapareció por una puerta trasera. No pude evitar seguirla. Nada más atravesar esa puerta, Poesía me hizo un nuevo guiño. Inevitablemente, sonreí.

 Aparecí en un prado verde deslumbrante. El río corría despreocupado y parecía ir dejando rumores en el aire. Junto a un banco de piedra, algo se movía entre la hierba ¿un gnomo, una pequeña ninfa, quizá? De un gran salto, la rana me sacó de mi error. Creí ver que sacaba la lengua para después zambullirse en el agua. No la volvería a ver. Sentí nostalgia. Descubrí en ese momento que es posible sentir nostalgia también en los sueños. Para combatirla, paseé por el prado verde. Junto al molino había un puente de madera diminuto y, al otro lado, una casita seguramente sacada de un cuento.

Y justo cuando esperaba ver a caperucita salir por la puerta, desperté.

Lo mejor de este tipo de sueños es descubrir que no son sueño sino realidad.

Algunos datos prácticos:

Si quieres disfrutar de mi sueño tienes que ir a El Molino de Agüita en el pueblo de Quintela, en el Bierzo (León), entre Ponferrada y O’Cebreiro.  Tienes que coger la nacional A-6 dirección A Coruña y tomar la salida 419 y continuar dirección Balboa. Unos metros después de entrar a Quintela, verás un pequeño cartel que indica un camino a la derecha que te lleva la molino

La primera referencia escrita que se encuentra de este molino es de 1905. Estuvo activo hasta principios de los años 80 moliendo el grano de centeno para conseguir harina. Hace unos cuantos años, un grupo de personas decidió restaurarlo y convertirlo en lo que es hoy. Un lugar donde tomar una copa, reunirse con los amigos junto al fuego, escribir, leer, disfrutar del teatro, de la música, tumbarse en una hamaca al sol, charlar con Rosa …

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